Sedientas
las enormes bocas de los pantanos y embalses sorbían este fin de semana la
lluvia que, tan generosamente, ha dejado caer el cielo en Jaén. Las melenas de
las sierras se despeinaban con el soplo del fuerte viento que ha vuelto a levantar
las faldas a esta provincia dejando ver sus nalgas y con ello sus vergüenzas. El
agua sigue lavando el polvo del olvido en los azulejos y las cenefas de la
fachada bermeja del añoso mercado de abastos de Linares. Los muros levantados a
primeros del siglo XX en estilo neomudéjar con rojos ladrillos cayeron al suelo
empujados por unas rachas de viento que se animaron con la falta de
mantenimiento y el paso del tiempo. Un vendaval que vuelve a poner a Jaén en la
portada de la crónica negra con derrumbes, desalojos de viviendas y destrozos
del azar sin sentido y sin explicación.
Hoy
mismo, tras el desescombro de los adobes y tejas caídas, los de siempre se enzarzarán
en culpar a los de enfrente de lo ocurrido. Habrá mociones, petición de
apertura de expedientes, investigaciones para aclarar lo ocurrido, notas y
comunicados con «ya lo dije yo hace tiempo» «esto se veía venir» «¿por qué no se
hizo nada?» cruce acusaciones y de responsabilidades entre el aguacero que
sigue cayendo emborronando un paisaje, el de este fin de semana, de color gris
tristeza.
Los
arroyos y regatos bajan alegres por entrepeñas y barbechos. Las cascadas,
fuentes y manantiales reciben un alivio y se dejan caer por donde solían. Pero
la visita del agua y de su primo el viento le rompen las costuras a la
actualidad y ponen de manifiesto que muchos edificios históricos, públicos y
notables, además de arrugados cascos viejos de temblorosa verticalidad no
reciben la atención adecuada, los cuidados necesarios y los mínimos arreglos.
Jaén y sus vecinos y sus casas envejecen. Los bastones, las muletas, las vigas
apuntaladas, los testigos de yeso se multiplican y no hay fisioterapeutas ni albañiles
suficientes para evitar el desplome de muros, el descascaramiento de fachadas,
el hundimiento de los tejados y las colas a la espera de una plaza en una
residencia de la tercera edad que ya es la primera en la provincia por número
de integrantes. Escasean los recién nacidos y la venta de pañales para adultos
supera a la de los niños de teta. Faltan obras de consolidación y tareas de
mantenimiento de techumbres y urdimbres urbanísticas. Nos sobran comunicados de
prensa culpando a otros. Ayer, a pié de escombros, un comerciante del mercado
de abastos hundido, contaba que lo había perdido todo y todo después de que un
edificio restaurado cayera como un castillo de naipes: «tendrán que rodar
cabezas, tendrá que rodar cabezas» musitaba en su desesperación rodeado por los
restos de un mercado que se levantó entre
los años 1903 y 1906 con ladrillo visto sobre un zócalo de piedra. La nube de
polvo resultante fue pronto arrastrada por la lluvia que sigue dando de beber a
los sedientos embalses y pantanos de Jaén que ríen alegres por sus compuertas
el agua tan necesaria y tan jodida a veces.
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