La
música en directo en la provincia suena poco. Cómo la lluvia. A veces nos
anegamos por los fuertes chaparrones y otras nos dejamos arrastrar por el río
de los conciertos que son localmente fuertes y persistente en según qué zonas.
Luego como las borrascas, los músicos nos dejan olvidados entre las sierras de
este mapa provincial y nos acompaña una sequía, una sordina de pantanos evaporándose, músicos
sin locales en los que hacer sus milagrerias.
Músicas de charcos e instrumentos sonando como aljibe llenándose. Soplo,
respiración de manantiales húmedos y oscuros como el vientre borrascoso de las nubes
que desde hace días chorrean por estos parajes.
El
otro día, el viernes, dejé este poyete de papel puesto a secar y me largué a un
local llamado Cambalache. Nombre de tango y de tanta actualidad. Allí tocaban los
veteranos Malevaje. Patilludos y veteranos obreros de la música popular que llevan
treinta años dándole al contrabajo sin economía de esfuerzos y haciendo bueno
lo que dicen los aficionados: «don Carlos (Gardel) cada día canta mejor».
Mientras
en el exterior de la sala llovía a raudales dentro llovía talento en un
ambiente de taberna en el que sólo faltaba el humo del desterrado y proscrito
cigarrillo. El tango es una canción testimonio que sigue vigente en este
enlazado presente traidor en el que nos ha tocado vivir. Un siglo XX cambalache que sigue abocetando del
natural: «hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio
o chorro, generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un
burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos
han igualao».
Como
les escribía, fuera llovía y los pelos se les volvían, a esos que ustedes
saben, escarpias en los que colgar toda la exposición de cuadros en los que han
olvidado el asunto de Los Puentes y de las reiteradas inundaciones. Antonio
Bartrina al frente de Malevaje cantaba que 30 años no eran nada y que se habían
pasado en una pirueta de rodilla y cadera durante un requiebro milonguero. Para
nuestros responsables 30 años siguen sin pasar en miles de viviendas en las que
el bandoneón de los chaparrones subía al escenario el riesgo y la riada.
Bartrina arrastraba las rimas con resabio de coñá y linimento «hoy no creo ni
en mí mismo... Todo es grupo, todo es falso, y aquél, el que está más alto, es
igual a los demás... Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho, me
vieras pasar del brazo con quien no debo pasar». En este nuestro Jaén se
aguantó la respiración sumergidos entre décadas de promesas incumplidas. Verdades
hechas flecos de un mantón ajado de tanto arrastrarse por las riberas de la
burocracia.
Llovía
tango en la sala Cambalache que aún mantiene la cabeza fuera del agua para seguir
respirando música en directo. Disfrutamos del tango en vivo. Cerca. Cara a
cara. Tango que rima con fango. Ese lodo que aún tenemos que limpiar y que
desdibuja las calles mientras sigue «cayendo gente al baile» electoral y
campañudo que nos trae este lunes húmedo, tiritón y frío
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